Se miraron un momento, él buscaba su asentimiento y ella su amor. Un mar de nuevas caricias, besos y movimientos le dio a cada uno lo que anhelaba del otro. Un atisbo de luz se dejó entrar entre las rendijas de la ventaba descubriendo lo que era el amor.
-¿Te duele? –preguntó él.
-Te quiero –contestó ella.
Acelerando el ritmo, consumaron su amor. Llegaron los suspiros, primero los de ella, que con los ojos cerrados, se dejaba llevar. La primera gota de sudor nació en la espalda de él, hija de la pasión. Un vaivén danzó con ellos. Un gruñido, una mano apretando una espalda, unos labios besando un cuello. La magia volaba a su alrededor, dándoles cuánto necesitaban. Sin ver, con los ojos cerrados, se sentían más cerca que nunca; sus almas salieron para mirarse fijamente y comprobar que eran casi iguales.
Tras el momento cumbre, él confirió el último suspiro un segundo antes de abrir los ojos. Dos sonrisas se miraron renovadas y más enamoradas que nunca. Él se dejó caer a su lado y la ayudó a acomodarse en su pecho. Acarició su pelo y besó su mejilla.