El café sigue caliente encima de la mesa. Da igual que te fueras, yo lo sigo preparando y cuando se enfría, lo llevo al fregadero. Pero me gusta repetir esa rutina, aunque ya no debería. Recuerdo cuando lo llevabas tú a la mesa, con las dos manos en la taza, mirando fijamente el café y andando muy despacio por miedo a derramarlo y yo me reía.
-Nunca podrías ser camarero -te decía observándote con la dulzura de una mirada enamorada. Y él sonreía. Y todo era perfecto.
Te gustaba fuerte, muy fuerte y a mí, con mucha azúcar, muy dulce. Creo que el café reflejaba nuestras personalidades; tú tan fuerte y distante como un café amargo; te has separado de mí y lo soportas tranquilamente. Yo, tan dulce y transparente que me duele y que sigo preparando un café que no es para nadie.
Me ha encantado! Gracias por compartir :3